Si es de morir y vivir en mí
Texto por Juana Balcazar- 2024
A principios de 2023 la fotógrafa chilena Verónica Garay me encargó realizar un breve texto para su fotolibro “Si es de vivir y morir en mí”. Un conjunto de fotografías microscópicas de fluidos como sangre, sudor y lágrimas. De las cuales la artista crea una narrativa intercalada con otros relatos de su autoría, en una forma de revelar lo que su cuerpo esconde, pero a la vez, hacerse presente en los pequeños rastros que manifiesta su interactuar con los entornos que habitamos.
Garay define este trabajo como: “una autobiografía del cuerpo”. Aquí se conjugan varios elementos, que tienen que ver con la fotografía como una herramienta para convertirse en un rastro visible frente al constante olvido de las cosas. La imagen se convierte en una lumbre desde donde se empuja. Entonces la fotógrafa establece, dice, grita: ¡Estoy acá!. Se pueden ver en cada página su cuerpo diminuto, su cabello, sus espacios más recónditos.
Esto se conjuga con la escritura de Verónica, la artista establece las horas del día y lo que observa, en una especie de bitácora poética. Con esto, también crea un relato atemporal. Esas palabras pueden ser nuestra propia vivencia en una tarde o una mañana, de cualquier día, de cualquier año. La artista establece:
17:33
Volviendo a casa,
la luz del atardecer
se despide con el arrebol
sobre las nubes, tiñendo
las calles de Valdivieso
Ahora con el frío, el día
oscurece más temprano
aún así las aves cantan
a coro en su propio lenguaje
intercambiando de árbol
hasta llegar al nido
que les pertenece.
Garay define este trabajo como: “una autobiografía del cuerpo”. Aquí se conjugan varios elementos, que tienen que ver con la fotografía como una herramienta para convertirse en un rastro visible frente al constante olvido de las cosas. La imagen se convierte en una lumbre desde donde se empuja. Entonces la fotógrafa establece, dice, grita: ¡Estoy acá!. Se pueden ver en cada página su cuerpo diminuto, su cabello, sus espacios más recónditos.
Esto se conjuga con la escritura de Verónica, la artista establece las horas del día y lo que observa, en una especie de bitácora poética. Con esto, también crea un relato atemporal. Esas palabras pueden ser nuestra propia vivencia en una tarde o una mañana, de cualquier día, de cualquier año. La artista establece:
17:33
Volviendo a casa,
la luz del atardecer
se despide con el arrebol
sobre las nubes, tiñendo
las calles de Valdivieso
Ahora con el frío, el día
oscurece más temprano
aún así las aves cantan
a coro en su propio lenguaje
intercambiando de árbol
hasta llegar al nido
que les pertenece.
Junto al fotolibro, está la composición de un paisaje sonoro creado por la compositora uruguaya Caminauta, su proyecto músical se caracteriza por un intimismo y una recopilación de sonidos de la naturaleza y del día a día. Algo que refuerza las imágenes microscópicas que son parte del relato de Garay. Pero, además de la impronta de lo diminuto, y del querer establecerse frente al olvido, a la vez la artista se desdibuja, y su obra trasciende lo individual. ¿Por qué? Porque los elementos que narra y materializa pertenecen a la existencia humana; cabellos, sangre, sudor.
Entonces la interpretación individual del fotolibro de Garay se abre, se expande como lo humano, la artista ha presenciado el pulso y excavado su propia existencia, para finalmente encontrar que no hay un “yo”. Sino que geografías propias que parecen mundos que se esconden. Hay montañas, ríos, selvas y bosques, hay vida en la vida y un nombre que es el imaginario de la existencia.
Entonces la interpretación individual del fotolibro de Garay se abre, se expande como lo humano, la artista ha presenciado el pulso y excavado su propia existencia, para finalmente encontrar que no hay un “yo”. Sino que geografías propias que parecen mundos que se esconden. Hay montañas, ríos, selvas y bosques, hay vida en la vida y un nombre que es el imaginario de la existencia.
“Si es de vivir y morir en mí”, nos interpela con la pregunta: ¿Hay personas o restos de ellas?, el mismo fotolibro nos responde: hay torrentes iguales a otros, venas que se unen. Podemos apretar los moldes hasta reventar aquello que nos ata, y es esta, la imagen propia, que se bifurca al descubrir que hay seres que se esconden en la propia piel habitada, y sus manchas que son el rastro del tiempo ajeno tocándonos ligeramente, acelerando su cambio y la venida del no reconocerse. Es ahí, cuando la propia piel se hace ajena, se dobla en sí misma revolviendo los pliegues, y alcanza finalmente, al cuerpo escondido, que no tiene nombre ni rostro, sino que es lo indómito de la pequeñez humana.