Qué queda después

por Joaquín Rodriguez - 2021
A finales de 2020 estrenó su primer fotolibro, Lo que queda después, la fotógrafa argentina Violeta Capasso (1994), a quien entrevistamos poco tiempo antes en LETARGO. En aquella ocasión nos habló, entre otras cosas, sobre la profunda relación que existe entre el acto de retratar (a los demás) y su manera de entenderse y entender el mundo que a ella misma la rodea. En esta misma suerte de deseo de autoconocimiento es que decidió recopilar imágenes que había tomado desde sus inicios en la fotografía hasta ese momento, 10 años después, y contarnos visualmente su propio viaje de la adolescencia hasta la plenitud de la juventud.

La historia parte a sus 15 años, una adolescente queriendo mostrar su vida compartiendo imágenes en las redes. ¿Dónde está lo especial? En que por alguna razón eligió una cámara compacta de película para hacerlo, quizás por la misma nostalgia por la imagen de archivo que tenemos muchos de los que seguimos disfrutando el proceso analógico, ese documentalismo vernáculo que seguramente inspiró a varios de los que exploran la intimidad y que, en este caso, marcó una estética que Violeta fue capaz de mantener en el tiempo y que marca un sello, no solamente en este libro, sino en toda su obra.

Pero esto es solamente parte del lenguaje con el que se nos presenta este trabajo. El fondo es mucho menos romántico y bastante más crudo de los que la sutil estética y los tonos cálidos de sus fotografías podrían sugerir, incluido el suave tono rosa aterciopelado que presenta en su portada, que invita a ver este libro con relajada calma en un principio, para llevarnos suavemente por el duro camino de – quizás - la etapa más dura en la vida de una persona, en donde toda experiencia, por traumática que sea, marca y hace crecer.
Y es en esta travesía en la que podemos ver en un comienzo imágenes prístinas, cargadas de inocencia - “stay free” es la consigna y la excusa para cualquier locura - en donde el movimiento y el magenta cargan de melancolía las imágenes y las transforman en instantes tan lejanos como fugaces. Luego vienen las imágenes calmas y frías que nos hacen caer en cuenta del cristal fino y delicado que es la juventud, y de lo indescifrable que es ese momento en el que ya nada es igual. ¿Cuándo pasó? Es una pregunta que muchos nunca podremos responder. Tristemente Violeta lo recuerda bien y, con esta sutil transición, abre ante nosotres una de sus más profundas heridas, la de quien ha sufrido un abuso.

A partir de ese momento, la linealidad del relato nos sumerge en el verdadero motivo de este trabajo. Y no habla solamente del encuentro consigo misma, de la valentía o la reconciliación. Habla – a mi parecer – de lo que viene antes de aquello, antes del final, que es justamente lo que queda después. El  proceso y el recorrido. “Descubro la ternura con la que una vez miré el mundo. Las fotos de lo que queda después”

Hay varios autorretratos a lo largo del libro, muy diferentes entre sí, que dejan en evidencia el estado emocional del tiempo en que fueron tomados. Llama mi atención el último, aquel que cierra el libro. Es un autorretrato incompleto, como todos los demás. El viaje no llega a su fin, pero el recorrido cobra relevancia cuando se ha hecho con dedicación.