Valentina Osnovikoff
Hacia una cartografía de las emociones
por Axel Indey - 2021
Valentina Osnovikoff conoció la fotografía a través de las cámaras de
bolsillo que su abuela llevaba consigo en sus viajes a Valdivia, la ciudad en
que vivió toda su infancia y buena parte de su adolescencia. Las cámaras de
video con las que su padre retrataba los eventos familiares también
contribuyeron a crear ese entorno de encuadres y capturas en el que hoy ha
decidido radicarse por completo. Sin embargo, en conversación con Letargo
Revista, Valentina asegura que el impulso definitivo que la empujó hacia la
fotografía no llegó hasta el nacimiento de su hijo.
“Fue una circunstancia que me hizo replantear el futuro y el presente. Tomé la decisión de abordar la fotografía de manera profesional. Empecé a darle importancia, decidí jugármela”, sostiene la artista. “Yo no conocía a nadie que estuviera metido en fotografía. Cuando era chica era difícil encontrar en Valdivia un circuito cultural en relación a esa área. Una vez que me vine a Santiago y me metí a estudiar fotografía se me abrió el mundo”.
La educación fotográfica de Valentina estuvo marcada por una orientación comercial antes que artística, pero ya en sus últimos años de carrera una tendencia hacia lo abstracto fue ganando terreno dentro de ella. El intento por retratar complejos universos emocionales a través de la cámara terminó dando origen a un atípico proyecto final, el cual giraba en torno a un elemento que más tarde sería central en toda su obra fotográfica: la luz.
“Yo me tiré por algo que no nos habían enseñado, que es cómo la luz se interpreta a través de la cámara y podemos ver cosas que nuestros ojos generalmente no ven. Hice todo un estudio sobre la luz a través del desenfoque, del movimiento y de los reflejos. La luz es capaz de reflejar o transmitir emociones, eso es algo que he ido trabajando a lo largo de toda mi obra. Al comienzo yo retrataba la luz, pero ahora la luz empezó a ser un elemento que complementa otros temas que he ido trabajando, pero siempre está presente”, asegura la fotógrafa.
Durante el primer año de pandemia, la artista participó en el proyecto “Historias de un encierro”, del Museo de Mujeres Artistas de Washington, el cual tenía por objetivo mostrar las distintas maneras en que mujeres de todas partes del mundo se enfrentaban a las cuarentenas. En la foto presentada por Valentina se puede ver a su hijo Borja durmiendo con el pelo revuelto sobre la almohada; la imagen está acompañada por un breve texto que habla sobre la necesidad de desaprender el imperativo de productividad que rige nuestro modo de vida actual.
“Fue una circunstancia que me hizo replantear el futuro y el presente. Tomé la decisión de abordar la fotografía de manera profesional. Empecé a darle importancia, decidí jugármela”, sostiene la artista. “Yo no conocía a nadie que estuviera metido en fotografía. Cuando era chica era difícil encontrar en Valdivia un circuito cultural en relación a esa área. Una vez que me vine a Santiago y me metí a estudiar fotografía se me abrió el mundo”.
La educación fotográfica de Valentina estuvo marcada por una orientación comercial antes que artística, pero ya en sus últimos años de carrera una tendencia hacia lo abstracto fue ganando terreno dentro de ella. El intento por retratar complejos universos emocionales a través de la cámara terminó dando origen a un atípico proyecto final, el cual giraba en torno a un elemento que más tarde sería central en toda su obra fotográfica: la luz.
“Yo me tiré por algo que no nos habían enseñado, que es cómo la luz se interpreta a través de la cámara y podemos ver cosas que nuestros ojos generalmente no ven. Hice todo un estudio sobre la luz a través del desenfoque, del movimiento y de los reflejos. La luz es capaz de reflejar o transmitir emociones, eso es algo que he ido trabajando a lo largo de toda mi obra. Al comienzo yo retrataba la luz, pero ahora la luz empezó a ser un elemento que complementa otros temas que he ido trabajando, pero siempre está presente”, asegura la fotógrafa.
Durante el primer año de pandemia, la artista participó en el proyecto “Historias de un encierro”, del Museo de Mujeres Artistas de Washington, el cual tenía por objetivo mostrar las distintas maneras en que mujeres de todas partes del mundo se enfrentaban a las cuarentenas. En la foto presentada por Valentina se puede ver a su hijo Borja durmiendo con el pelo revuelto sobre la almohada; la imagen está acompañada por un breve texto que habla sobre la necesidad de desaprender el imperativo de productividad que rige nuestro modo de vida actual.
“Generalmente en la sociedad nos meten un chip de hacer, hacer y hacer, y
de repente uno deja de ser consciente de uno mismo. Es una forma incluso de
evadirse. Yo veía a Borja, mi hijo, y hacía esta dicotomía entre lo que
sentimos los adultos versus lo que siente un niño. “A propósito de las mujeres
que retratan la maternidad, lo que yo hago con Borja es ponerme en su lado,
observando cómo vive su propia infancia, la manera en que entiende y percibe
las cosas, sus prioridades. Intento capturar esos momentos y darles un nuevo
sentido desde la mirada de la adultez. Me encanta meterme en su cabeza, en sus
mundos internos, hay una inocencia que me gusta rescatar”, dice Osnovikoff.
El tiempo de pandemia ha llevado a Valentina a reflexionar desde otros espacios y momentos. Si bien está agradecida de haber tenido la oportunidad de colaborar en diversos proyectos artísticos también admite que la rutina y el encierro han afectado el hábito principal de cualquier fotógrafo: el caminar y el perderse en el mundo exterior: “Uno no entiende lo que está pasando. El año pasado registré como vivía en mi casa, pero uno se empieza a quedar corto de material, porque es todo el rato lo mismo, se vuelve repetitivo y uno se nubla”.
A pesar de esto, la fotógrafa destaca que la repetición que conlleva la rutina de la cuarentena también le ha servido para reinterpretar ciertos elementos de su vida y de su entorno: “El encierro es tan agobiante que no estoy siendo capaz de retratar interiores, así que lo que hago es salir en las mañanas y hacer siempre la misma caminata. En la naturaleza me despejo, veo cosas nuevas, me recuerda mucho a mi infancia. Yo vivo en la ciudad, pero cerca de mi casa hay una zona de árboles que yo trato de descontextualizar a través de mis fotos, como intentando personalizar a la naturaleza y darle sensaciones humanas. Este ejercicio de la repetición me ha servido para ir y mirar la naturaleza y todas sus posibilidades”.
Ella asegura que lo que más extraña de su vida previa a la cuarentena es la posibilidad de salir a caminar por la ciudad con su cámara y, a través de la luz, construir ciertas atmósferas con las escenas que ve en sus paseos. En ese sentido, sostiene que el cine ha sido una fuerte influencia en sus últimas obras y el trabajo que se encuentra realizando actualmente apunta también en esa dirección.
“Ahora estoy haciendo un proyecto asociado a la fotografía narrativa en el que quiero integrar elementos biográficos y elementos de ficción. Siempre he trabajado desde lo biográfico, y yo creo que por todo lo que estamos pasando ahora necesito salir un poco de ahí. Quiero ir de a poquito, mediante prueba y error. Ese es el proyecto que espero construir durante este año”.
El tiempo de pandemia ha llevado a Valentina a reflexionar desde otros espacios y momentos. Si bien está agradecida de haber tenido la oportunidad de colaborar en diversos proyectos artísticos también admite que la rutina y el encierro han afectado el hábito principal de cualquier fotógrafo: el caminar y el perderse en el mundo exterior: “Uno no entiende lo que está pasando. El año pasado registré como vivía en mi casa, pero uno se empieza a quedar corto de material, porque es todo el rato lo mismo, se vuelve repetitivo y uno se nubla”.
A pesar de esto, la fotógrafa destaca que la repetición que conlleva la rutina de la cuarentena también le ha servido para reinterpretar ciertos elementos de su vida y de su entorno: “El encierro es tan agobiante que no estoy siendo capaz de retratar interiores, así que lo que hago es salir en las mañanas y hacer siempre la misma caminata. En la naturaleza me despejo, veo cosas nuevas, me recuerda mucho a mi infancia. Yo vivo en la ciudad, pero cerca de mi casa hay una zona de árboles que yo trato de descontextualizar a través de mis fotos, como intentando personalizar a la naturaleza y darle sensaciones humanas. Este ejercicio de la repetición me ha servido para ir y mirar la naturaleza y todas sus posibilidades”.
Ella asegura que lo que más extraña de su vida previa a la cuarentena es la posibilidad de salir a caminar por la ciudad con su cámara y, a través de la luz, construir ciertas atmósferas con las escenas que ve en sus paseos. En ese sentido, sostiene que el cine ha sido una fuerte influencia en sus últimas obras y el trabajo que se encuentra realizando actualmente apunta también en esa dirección.
“Ahora estoy haciendo un proyecto asociado a la fotografía narrativa en el que quiero integrar elementos biográficos y elementos de ficción. Siempre he trabajado desde lo biográfico, y yo creo que por todo lo que estamos pasando ahora necesito salir un poco de ahí. Quiero ir de a poquito, mediante prueba y error. Ese es el proyecto que espero construir durante este año”.