Solo otro punto más desde el que mirar*
por Gonzalo Golpe - 2024
No estamos hechos para el infinito: por mucho que nuestra imaginación lo pretenda, la razón busca los límites.
Necesitamos la idea de límite, es a partir de esta noción que podemos situarnos, armar nuestra consciencia, sentirnos contenidos. Nacemos con fecha de término, de vencimiento. Edades, generaciones, territorios, movimientos, filiaciones... todo tiene un inicio y un fin, todo remite a algo, tiene su itinerario y su destino. Nos expandimos, colonizamos, consumimos, pero siempre desde un punto de referencia: toda conquista es tributo; toda exploración, anexión. Más allá del horizonte solo hay otro punto más desde el que mirar. Solo el que tiene norte tiene propósito, nos dicen; sin él, la consciencia se desorienta y el ser se torna abúlico, indiferente. La idea de límite impone la necesidad de establecer metodología, análisis de datos, lectura de curvas, proyecciones. Es así como enseñamos a la máquina: partiendo de sus límites.
La idea de infinito es la negación de un límite. Lo infinito no admite restricciones, no puede ser acotado, medido o ponderado, no sabe de excepciones, rebasa cualquier intento de ocupación, nos es siempre excesivo. Y a pesar de ello... buscamos definirlo: numéricamente, a través de símbolos, de palabras, con analogías o parábolas, frases hechas, fórmulas o disquisiciones. Ese intento de acotación lingüística no es sino una forma de oponerse a un vacío insoportable. La nada y el infinito, nociones extremas con las que el ser no puede negociar, que operan sobre nosotros como el vértigo, produciendo una turbación del juicio que nos desequilibra, que nos disocia. Para que el vértigo se manifieste hace falta querer pisar en falso. Sin ese deseo no existe el vértigo. Así opera la nada, así también lo infinito, propensiones de la mente que la misma mente rechaza, que el lenguaje no puede concretar ni definir y que, por tanto, están siempre un paso más allá de nosotros.
Al final es solo una cuestión de escala: de un lado, nosotros; del otro, lo inabarcable. Qué más da que se presente como un número finito: cinco billones y medio de imágenes es igual al infinito. Tras un programa generador de imágenes suponemos lo inagotable, pero le pedimos que nos lo acote en resultados concretos. Su funcionamiento es tan sugerente como aterrador. Parte del ruido, de algo difuso, desordenado, que va tomando forma a través de la palabra, en analogía con el origen del mundo para muchas religiones. Pero no hay aquí una entidad divina que se oponga a la nada para dar vida a partir de una palabra. Tras la máquina no hay un alma en formación, solo computación, análisis, cálculos y proposiciones.
En el principio fue la palabra, el verbo, el logos, y el lenguaje como gesto accionador dando lugar a la vida. Luego una línea de comandos, programación, usos de una gramática sintetizada que sirve de puente entre dos lenguajes. Ahora una solicitud, una invocación: nómbralo y lo haré realidad ante tus ojos, parece decirte.
Necesitamos la idea de límite, es a partir de esta noción que podemos situarnos, armar nuestra consciencia, sentirnos contenidos. Nacemos con fecha de término, de vencimiento. Edades, generaciones, territorios, movimientos, filiaciones... todo tiene un inicio y un fin, todo remite a algo, tiene su itinerario y su destino. Nos expandimos, colonizamos, consumimos, pero siempre desde un punto de referencia: toda conquista es tributo; toda exploración, anexión. Más allá del horizonte solo hay otro punto más desde el que mirar. Solo el que tiene norte tiene propósito, nos dicen; sin él, la consciencia se desorienta y el ser se torna abúlico, indiferente. La idea de límite impone la necesidad de establecer metodología, análisis de datos, lectura de curvas, proyecciones. Es así como enseñamos a la máquina: partiendo de sus límites.
La idea de infinito es la negación de un límite. Lo infinito no admite restricciones, no puede ser acotado, medido o ponderado, no sabe de excepciones, rebasa cualquier intento de ocupación, nos es siempre excesivo. Y a pesar de ello... buscamos definirlo: numéricamente, a través de símbolos, de palabras, con analogías o parábolas, frases hechas, fórmulas o disquisiciones. Ese intento de acotación lingüística no es sino una forma de oponerse a un vacío insoportable. La nada y el infinito, nociones extremas con las que el ser no puede negociar, que operan sobre nosotros como el vértigo, produciendo una turbación del juicio que nos desequilibra, que nos disocia. Para que el vértigo se manifieste hace falta querer pisar en falso. Sin ese deseo no existe el vértigo. Así opera la nada, así también lo infinito, propensiones de la mente que la misma mente rechaza, que el lenguaje no puede concretar ni definir y que, por tanto, están siempre un paso más allá de nosotros.
Al final es solo una cuestión de escala: de un lado, nosotros; del otro, lo inabarcable. Qué más da que se presente como un número finito: cinco billones y medio de imágenes es igual al infinito. Tras un programa generador de imágenes suponemos lo inagotable, pero le pedimos que nos lo acote en resultados concretos. Su funcionamiento es tan sugerente como aterrador. Parte del ruido, de algo difuso, desordenado, que va tomando forma a través de la palabra, en analogía con el origen del mundo para muchas religiones. Pero no hay aquí una entidad divina que se oponga a la nada para dar vida a partir de una palabra. Tras la máquina no hay un alma en formación, solo computación, análisis, cálculos y proposiciones.
En el principio fue la palabra, el verbo, el logos, y el lenguaje como gesto accionador dando lugar a la vida. Luego una línea de comandos, programación, usos de una gramática sintetizada que sirve de puente entre dos lenguajes. Ahora una solicitud, una invocación: nómbralo y lo haré realidad ante tus ojos, parece decirte.
Siempre lo mismo, una y otra vez el lenguaje como principio fundador y acto de ilusionismo.
Imagina, te dice. Así empieza. Acuñamos palabras en proposiciones como si fuesen giros de cambio, monedas en la ranura, un clic y una bajada de palanca, la espera que tensa el deseo. Da igual el resultado mostrado en tandas de cuatro, después habrá una nueva bajada, un acumular sin sentido, un compartir el hallazgo como logro, sin intención ni propósito. Así tú como yo como cientos y miles de otros, todos delante una pantalla, queriendo más, queriendo mejor.
Imagino, me digo, que soy libre: uno, libre y soberano; justo no, porque no hay aquí lugar para la justicia, si acaso, para lo ajustado. Imagino que mis palabras no son instrucciones, recurrencias, convenios, que un código alfanumérico enunciado de forma discursiva puede concretar mis proyecciones en una representación que vincule lo que anticipo en mi mente con lo presentado en la pantalla. Pero ¿acaso es esto imaginar? Estos programas generadores de imágenes tienen su origen en el cálculo computacional y la lógica de proposiciones. Sus resultados son imágenes sintéticas a las que, subrayando su origen, llaman sintografías. Parecen funcionar al margen de la epistemología o la ontología, su régimen es otro, todavía por definir, pero las imágenes que generan son producto de un entrenamiento desprovisto de sentido crítico y moral. Son programas herederos y representantes de un sistema visual basado en el privilegio, en la discriminación, en la ocultación y el olvido. Por eso toman lo humano como masculino, joven y blanco; la norma parte de la anulación, no considera de antemano la diferencia; si quieres otra cosa, has de especificarla, y así nos siguen segregando. Además, cuanto más presente estás en su base de datos, más asociado eres con los resultados y, por tanto, más presencia ocupas, siendo este otro principio rector del régimen de representación que se forma. Eso hace de los memes imágenes preponderantes no solo en la circulación, sino también en los resultados de las correlaciones establecidas. Así es, así funcionan hoy para mí, a día 5 de marzo de 2023, al sur de todas las cosas pero no sin norte.
Imagina, te dice. Así empieza. Acuñamos palabras en proposiciones como si fuesen giros de cambio, monedas en la ranura, un clic y una bajada de palanca, la espera que tensa el deseo. Da igual el resultado mostrado en tandas de cuatro, después habrá una nueva bajada, un acumular sin sentido, un compartir el hallazgo como logro, sin intención ni propósito. Así tú como yo como cientos y miles de otros, todos delante una pantalla, queriendo más, queriendo mejor.
Imagino, me digo, que soy libre: uno, libre y soberano; justo no, porque no hay aquí lugar para la justicia, si acaso, para lo ajustado. Imagino que mis palabras no son instrucciones, recurrencias, convenios, que un código alfanumérico enunciado de forma discursiva puede concretar mis proyecciones en una representación que vincule lo que anticipo en mi mente con lo presentado en la pantalla. Pero ¿acaso es esto imaginar? Estos programas generadores de imágenes tienen su origen en el cálculo computacional y la lógica de proposiciones. Sus resultados son imágenes sintéticas a las que, subrayando su origen, llaman sintografías. Parecen funcionar al margen de la epistemología o la ontología, su régimen es otro, todavía por definir, pero las imágenes que generan son producto de un entrenamiento desprovisto de sentido crítico y moral. Son programas herederos y representantes de un sistema visual basado en el privilegio, en la discriminación, en la ocultación y el olvido. Por eso toman lo humano como masculino, joven y blanco; la norma parte de la anulación, no considera de antemano la diferencia; si quieres otra cosa, has de especificarla, y así nos siguen segregando. Además, cuanto más presente estás en su base de datos, más asociado eres con los resultados y, por tanto, más presencia ocupas, siendo este otro principio rector del régimen de representación que se forma. Eso hace de los memes imágenes preponderantes no solo en la circulación, sino también en los resultados de las correlaciones establecidas. Así es, así funcionan hoy para mí, a día 5 de marzo de 2023, al sur de todas las cosas pero no sin norte.
Y mientras tanto, la ilusión sigue operando. No basta con desmontarla, entender cómo se arma. Es imperativo reenfocar la atención hacia lo que verdaderamente importa, hacia aquello que nos era distraído, sisado.
Si creemos en la imaginación como potencia, como motor proyector; si la concebimos como una facultad que puede orientar nuestra conducta, tener una dimensión educativa y, por tanto, política; si asumimos que tiene la capacidad para expandir nuestro conocimiento del mundo material al inmaterial, de lo presente y posible a lo improbable e incluso imposible; si creemos en ella como mediadora entre el mundo y nuestra experiencia de él, la imaginación tendrá entonces el poder de conectarnos entre nosotros, levantar imaginarios compartidos, vivir en ellos.
Un imaginación visionaria y creadora no ha de nacer limitada ni responder a etiquetas, descripciones o fórmulas estadísticas. Es en la disrupción donde aparece la imaginación, no en el sostén de un régimen. La imaginación ha de ser contestaria, pues es en el quiebre que acontece la posibilidad. Es por la imaginación que el vértigo tiene poder sobre nosotros, por ella también que la noción de límite puede ser traspasada. Solo en su vuelo podemos pensar en lo infinito.
Parece un absurdo pretender lo infinito a partir de un número limitado de cláusulas y su combinación, por amplio que sea su repertorio. Absurdo Borges y absurdos estos que ahora le replican. Y así sería de no existir las proposiciones condicionales y las conjugaciones de futuro, que diría Steiner. Es allí donde vive la imaginación, allí donde prospera. Es desde este lugar sin espacio, donde todos los tiempos son posibles de forma simultánea, que podemos contemplar el Aleph. Y también es desde aquí que podemos ser resistentes, oponernos a los regímenes establecidos y desmontar el artificio.
*Texto parte del fotolibro Aleph 2 de Juan Manuel Lara publicado por SED Editorial en 2023.
Si creemos en la imaginación como potencia, como motor proyector; si la concebimos como una facultad que puede orientar nuestra conducta, tener una dimensión educativa y, por tanto, política; si asumimos que tiene la capacidad para expandir nuestro conocimiento del mundo material al inmaterial, de lo presente y posible a lo improbable e incluso imposible; si creemos en ella como mediadora entre el mundo y nuestra experiencia de él, la imaginación tendrá entonces el poder de conectarnos entre nosotros, levantar imaginarios compartidos, vivir en ellos.
Un imaginación visionaria y creadora no ha de nacer limitada ni responder a etiquetas, descripciones o fórmulas estadísticas. Es en la disrupción donde aparece la imaginación, no en el sostén de un régimen. La imaginación ha de ser contestaria, pues es en el quiebre que acontece la posibilidad. Es por la imaginación que el vértigo tiene poder sobre nosotros, por ella también que la noción de límite puede ser traspasada. Solo en su vuelo podemos pensar en lo infinito.
Parece un absurdo pretender lo infinito a partir de un número limitado de cláusulas y su combinación, por amplio que sea su repertorio. Absurdo Borges y absurdos estos que ahora le replican. Y así sería de no existir las proposiciones condicionales y las conjugaciones de futuro, que diría Steiner. Es allí donde vive la imaginación, allí donde prospera. Es desde este lugar sin espacio, donde todos los tiempos son posibles de forma simultánea, que podemos contemplar el Aleph. Y también es desde aquí que podemos ser resistentes, oponernos a los regímenes establecidos y desmontar el artificio.
*Texto parte del fotolibro Aleph 2 de Juan Manuel Lara publicado por SED Editorial en 2023.