“El arte no va a hacer que las cosas dejen de doler, pero sí te da claridad y te permite reconocer quién eres, qué sientes y qué quieres”


Rafaela Pizarro

Entrevista
por Axel Indey - 2022
Rafaela Pizarro tenía 19 años cuando encontró en la cámara fotográfica un refugio del mundo exterior. Desde el hogar familiar en la ciudad de Graneros, su entorno circundante se alzaba ante ella como un lugar enorme y peligroso. De niña siempre fue callada, pero su mirada estaba atenta a todo lo que la rodeaba: las personas, el paisaje, sus mismos sentires que ahora se veían reflejados en el papel fotográfico. La cámara fue su armadura, su determinación de enfrentarse al mundo armada solamente con imágenes especulares.

Hoy, con 28 años de edad, Rafaela Pizarro describe su fotografía como una herramienta que la ayuda a conectar con aquellos que la rodean. Sus imágenes son narraciones visuales que arrojan luz sobre su historia personal y los anhelos y grietas que la cruzan.

“Mi fotografía parte de mi propia historia, pero se ramifica para conectar con la historia del otro”, sostiene Pizarro en conversación con Letargo Revista. “El hilo conductor de mi obra siempre ha sido el hogar, el espacio que nos contiene desde nuestra infancia, y cómo ese mismo espacio es el que vamos resignificando a medida que vamos creciendo. Nosotros también vamos aprendiendo a ser nuestro propio hogar más allá del lugar físico donde estamos”.

Esta búsqueda del hogar tiene como horizonte una reparación imposible: es un intento de recuperar aquella inocencia perdida en la primera infancia, es la adulta intentando recomponer a su niña interior a través de pedacitos desperdigados en el tiempo. Quizás por lo mismo, la infancia vulnerable ocupa hoy un rol central en el trabajo fotográfico y en la vida personal de Pizarro: en paralelo a su labor de fotógrafa profesional, la granerina se dedica al arte terapia, una disciplina que le permite utilizar el lenguaje visual para levantar y validar las narrativas de aquellos que no han tenido las herramientas para hacerlo.

“Yo trato de conectar mis experiencias con las de otros para poder enseñarles un nuevo lenguaje y que ellos puedan expresar junto a mí. Hay cosas que son difíciles de explicar con palabras, pero que quizás sí podemos sentirlas de forma parecida”, asegura la fotógrafa.


Y es que la historia personal de Pizarro trasciende su propia experiencia individual: sus vivencias se entrecruzan con las vivencias ajenas, sus traumas y cicatrices encuentran en el otro un refugio que le ayuda a sanar en compañía: “Mi propia historia está marcada por una infancia rota”, declara la fotógrafa. “Viví un abuso sexual cuando era niña. La fotografía me permitió por primera vez experimentar con ese dolor. Quizás el arte no va a hacer que las cosas dejen de doler, pero sí te da claridad y te permite reconocer quién eres, qué sientes y qué quieres. Y ese es el primer paso para sanar”.

En su trabajo con niños de entornos vulnerables y con adolescentes privados de libertad, Rafaela encontró la misma necesidad que la había aquejado a ella durante años: “Ellos viven en un contexto en que no se les pregunta mucho cómo están ni qué sienten. Mi trabajo es entregarle a ellos la idea de que sí es importante hablar de lo que sentimos, es importante identificar nuestras emociones”.

“En general la sociedad se preocupa de entregar a los jóvenes herramientas para que ellos sean adultos autosuficientes, pero nadie les entrega las herramientas socioemocionales que son tan importantes y necesarias como las demás. Yo creo que es mucho más fácil formar niños sanos que reparar adultos rotos”.

Pizarro reconoce que el trabajar con jóvenes de entornos vulnerables le ha permitido abordar el arte desde perspectivas atípicas. Alejados del circuito tradicional del arte -abandonados por un mundo que no los considera como audiencia posible, mucho menos como potenciales creadores-, la poiesis se les presenta como algo ajeno y desconocido.



“Es difícil porque ellos no lo ven como algo necesario”, dice Pizarro. “Y además siempre tienen esta idea de que no saben o que les va a quedar feo. Y yo tengo que explicarles que el arte no se trata de si es bonito o feo, sino que es válido porque nos ayuda a exteriorizar aquello que no podemos explicar con palabras. El ser humano necesita hacer arte desde sus inicios como especie, porque el primer arte es el que se hacía en las cavernas. Así empiezo a cambiarles la noción que tiene mucha gente de que el arte es bonito, o que el arte es la perfección. Y no: el arte se trata de expresar”.

Hoy Rafaela Pizarro divide su vida entre Graneros y Rancagua. Alejada de la capital y del circuito artístico tradicional, la fotógrafa trabaja desde la pura necesidad de expresar aquello que se mueve dentro de ella y conectar con lo que se encuentra fuera. “No me interesa la fama ni el reconocimiento, me interesa que mi fotografía tenga sentido” declara. “Yo soy fotógrafa para mí. Mi fotografía trata de mí. En cambio, el arte terapia es lo que yo hago con lo que sé para los demás”.