“Paisaje común” y el detenerse como elemento fundamental para el mirar

Texto
por Felipe Muñoz  - 2024
La práctica fotográfica de hoy parece bifurcarse en caminos opuestos que cada tanto se encuentran y repelen entre sí. Por un lado, una fotografía del frenesí que se sostiene por la necesidad constante de comunicar e informar en la instantaneidad del momento. Por el otro, una fotografía que solicita de calma y tiempo, tanto en su creación como en su proceso, para ser leída.

Entre ambas, la posibilidad del discurso es innata, pero encuentran su diferencia fundamental en su utilidad, propósito y temporalidad. Un punto de inflexión marcado por la diferencia en el transitar de la información y por otro, el de la contemplación.

Desencuentro marcado por la constante e incesante práctica de la testarudez fotográfica; de aquel que mira el mundo con ojo de extrañeza y curiosidad, para promover ese genuino interés por los detalles, a veces desapercibidos, a través de la imagen sin la necesidad de la grandilocuencia de la emergencia.

Ahí, en esa extrañeza, insistencia y curiosidad se sostiene el relato de los fotógrafos que se reúnen en la exposición colectiva “Paisaje común”, en Galería Animal para este 2024.

Con la participación de Sebastián Mejía, con su trabajo sobre los albores del Río Mapocho; Javier Aravena, con su mirada al histórico y olvidado adobe; Cristóbal Palma, y los laberintos visuales de las ciudades de concreto en Latinoamérica; Marcos Zegers y la apropiación del tiempo libro; Cristian Ordóñez y su investigación visual sobre el valle de Huasco y la huella humana sobre el espacio.
Una apuesta colectiva que, en la práctica, se encamina hacia un mirar del paisaje diverso y heterogéneo de nuestro territorio. Con fotografías que no se agotan solamente al hablar de lugares comunes del habitar cotidiano, sino que se presentan como puntos de partida para buscar e interrogar una relación posible/probable entre el espectador, su memoria y el uso del espacio.

Fotografías que en sí mismas, poseen un doble uso del recurso imperativo del detenerse. En primer lugar, al momento de la realización y creación de la imagen fotográfica, propuestas tanto a nivel individual como colectivas, que demuestran un ejercicio de estudio del paisaje y el entorno; y por lo tanto de un situarse previo. Y en un segundo lugar, de un detenerse del espectador para desentramar las diferentes lecturas posibles de la imagen fotográfica, nuevamente, de manera particular en cada fotografía, como colectiva con la muestra en general.

La fotografía de Mejía, por un lado, explora los albores del imponente río Mapocho, que cada tanto da lugar a efímeros ecosistemas naturales que crecen y resisten gracias a -o a pesar de- los cambios climáticos provocados por el propio sistema voraz en el que se emerge la ciudad de Santiago, mostrándonos micro mundos y naturaleza silente.
Asimismo, la fotografía de Aravena nos narra los cimientos del norte de nuestro país con el recuerdo de un pasado lejano, olvidado e incluso invisible. Que al mismo tiempo revela las posibilidades del adobe y su legado arquitectónico en las que alguna vez fueron las construcciones más importantes que sostenían a los principales pueblos de nuestro árido territorio.

Por su parte, y en directa relación con el paisaje modificado a raíz del avance social y urbanístico, Palma se detiene en la vertiginosa realidad de las grandes ciudades del continente latinoamericano para entregarnos de frentón aquellos elementos  silentes que se hacen presentes como parte de este paisaje concreto para invitarnos a extrañarnos con su existencia y recordar la composición común de las ciudades de Latinoamérica.

Ordoñez, con una investigación de carácter territorial direcciona la mirada hacia los valles de la región de Atacama, en Huasco. Desde ahí, se emerge el paisaje resultante de un territorio afectado por los cambios drásticos del clima y el propio actuar humano, fotografía que habla de la intervención directa e indirecta en el habitar del territorio, recordándonos su fragilidad y aridez.
Finalmente, el trabajo de Zegers, con un uso tradicional de la herencia paisajística pictórica, se sitúa al sur de nuestro país para instarnos a pensar el uso del tiempo libre en una sociedad productiva. Su práctica fotográfica nos propone pensar el cómo usamos nuestro tiempo hoy y qué hacemos con él, además de la relación posible entre el espacio común y las actividades al aire libre que requieren de la apropiación de ese tiempo improductivo, que da vida al espacio público.

Así, “Paisaje común”, no sólo nos habla del paisaje en sí mismo de forma individual, sino que la puesta curatorial colectiva nos propone pensar el cómo habitar en ese espacio que se va modificando, tanto a nivel visual como interpretativo, para alcanzar un cuestionamiento sobre el cómo mirar lo que evitamos mirar en el cotidiano. Una invitación a detenernos y preguntarnos de dónde venimos, para pensar el cómo habitamos, el cómo usamos el espacio y el tiempo en colectividad, en comunidad, y también de manera individual sobre el propio territorio.