La feminidad migrante de Estefanía Henríquez

por Axel Indey - 2021
Estefanía Henríquez quería ser bailarina. Su primer encuentro con la danza tuvo lugar en la casa de su abuela, la única persona de la familia que contaba con televisión con cable. Sus ojos de niña maipucina se encandilaron con los bailes de ballet emitidos por canales europeos, ajenos a que décadas más tarde caerían en esa misma escena artística para capturar el viejo continente desde el lente de una cámara.

Hoy, desde la ciudad de Lyon en Francia, Estefanía señala que la razón por la que no cumplió su sueño de entrar al Teatro Municipal se debió a su peso: “A los 18 mi maestra de ballet me dijo que ni se me ocurriera postular porque era demasiado gorda para hacerlo, que por más que fuera buena no tenía las aptitudes y era mejor que estudiara la licenciatura”, recuerda la artista en conversación con Letargo.

Tal vez como consecuencia de este primer rechazo, los cuerpos femeninos se convirtieron más tarde en el motivo central de la fotografía de Henríquez. Muchas de sus imágenes retratan mujeres en situaciones que escapan a la concepción de la feminidad que está presente en nuestro imaginario colectivo. Pescadoras, migrantes, madres y feriantes de distintas razas y tamaños acuden a las fotografías de Henríquez para acompañarla en su proceso de autoexploración, para recorrer juntas el camino hacia un entendimiento propio que la fotógrafa ahora persigue desde Europa.

“Yo soy feminista. Me gusta contar historias de mujeres que se sienten bien consigo mismas, que no tienen prejuicios, que no se dejan llevar por las opiniones de las demás. El retrato es como un espejo. Al trabajar con mujeres existe un intercambio de historias, es un abrazarse a través de la fotografía. Me ayuda mucho como terapia en mi proceso de migración también”.

Estefanía siguió el consejo de su maestra de ballet e ingresó a la licenciatura en danza en el Centro Espiral, de la Academia de Humanismo Cristiano. Fue durante ese primer año de estudio en Santiago Centro cuando se tropezó con la fotografía; las cámaras análogas que vendían por montones en la feria de antigüedades del Barrio Lastarria la empujaron hacia ese nuevo arte que terminaría por reemplazar a la danza.

El empujón definitivo llegó ese mismo año, luego de que una lesión de rodilla le impidiera seguir bailando y tuviera que abandonar sus estudios en Espiral. “Para mí fue súper fuerte porque el ballet era lo que yo más amaba. Me dio una depresión tremenda, me salí de la U y me dediqué a trabajar un año para juntar plata. En ese período me decidí a estudiar foto en el ARCOS. No pensé a qué me iba a dedicar ni qué iba a ser de mí en el futuro. Sabía que era lo que me gustaba, sabía que era una artista y me lancé no más”.

Luego de terminar sus estudios, Estefanía Henríquez llegó a Berlín de manera inesperada. Su plan original era realizar un viaje de tres meses a Europa, pero un amigo alemán le recomendó sacar una visa especial que le permitía quedarse un año trabajando en el viejo continente. La estadía terminó por alargarse más de lo esperado y a la residencia en Alemania pronto se sumaron períodos en Francia y Suiza. Si bien Henríquez señala que intenta enfocarse puramente en la fotografía, para sobrevivir en Europa ha debido desempeñarse limpiando departamentos y trabajando de niñera.

Henríquez señala que su proceso migratorio tiene tantas ventajas como desventajas. Por un lado, encontrarse en una capital artística como Berlín la ha llenado de estímulos y le ha permitido evolucionar en su estilo fotográfico. Por el otro, la burocracia, la precariedad laboral y la lejanía de su familia en ocasiones hacen mella en su ánimo creativo.

“Me ha costado construir porque la migración es algo que uno nunca deja atrás, es una adaptación continua y mi proceso creativo de alguna manera se ha visto interrumpido por este proceso .Tengo que resolver tantas cosas al mismo tiempo que a veces me siento bloqueada y me cuesta llegar al momento de salir a crear fotos. Además existe una especie de dualidad porque tienes un pie aquí y uno allá y no sabes muy bien donde te encuentras. Por eso creo que es tan importante el retrato para mí, porque es la gente que me voy encontrando en el camino y que me va contando sus historias. Me hace sentir reflejada y menos sola”.

Muchos de los retratos que realiza Estefanía muestran a madres migrantes, una temática que tiene que ver con una búsqueda personal de su propia identidad como extranjera, pero también con una manera de conectar con su madre en Chile. De hecho, Henríquez dio el salto a la fotografía de intimidad a través de un desnudo de su madre que ésta le había pedido por años, pero que la hija no fue capaz de concretar hasta después de llegar a Europa. Henríquez se refiere a este trabajo como el paso que le faltaba para dejar atrás el cartuchismo impuesto por su infancia en un entorno conservador, parte esencial del proceso de deconstrucción y construcción feminista que lleva a cabo desde hace años.

Hoy Estefanía es parte de Granada, un colectivo de fotógrafas que llegó a la escena artística nacional a través de una convocatoria en que mujeres de todo el país enviaron imágenes de su menstruación. Desde allí Henríquez busca aportar a la construcción de espacios para que las mujeres puedan desarrollar sus habilidades creativas, además de visibilizar cuerpos no hegemónicos y vivencias femeninas generalmente invisibilizadas.

Sobre su futuro, Estefanía Henríquez no tiene nada muy claro. Actualmente se encuentra aprendiendo francés y asegura que el 8M le dio un nuevo impulso creativo. “Uno nunca deja de aprender y evolucionar como persona y como artista. Ahora me sienta súper bien hacer retratos, pero también me gustaría hacer un fotorreportaje, por ejemplo. Centrarme en una temática y trabajar a largo plazo con esa temática. Ahí veremos.”