Diego Argote

“Pensarme maleza es otra forma de habitar el mundo”

por Juan Alfaro B. - 2020
La pantalla que divide físicamente la conversación desaparece cuando una voz cálida comienza a relatar sus experiencias, “siempre he sido bastante melancólica, hasta ahora”, estableció Diego, fotógrafe y docente del Instituto Profesional de Arte y Comunicación (ARCOS). Su vida se ha desarrollado desde 1991 en Santiago de Chile y su obra es un recorrido por memorias y cuestionamientos que no solo se expresan a través de la fotografía, sino que además de la escritura y lo audiovisual.

Parte de sus vivencias se enmarca en la constante violencia que recibió desde temprana edad, pero a pesar de esto el arte siempre estuvo presente, desde su abuela que de joven hacía fotografías hasta sus tías relacionadas con la pintura y “una de mis grandes amigas que es Sebastián Calfuqueo, con la cual vivimos una gran violencia en básica, siempre nos gustó dibujar y escribir cosas”. Así, la escritura siempre fue fundamental, palabras que plasmó en diarios de vida desde muy joven y que marcaron una de sus más grandes tristezas, ya que “mi papá, que está abortado en mí, quemó mis cuadernos y entonces perdí mucha de mi memoria de infancia”.

En este sentido, ese bagaje vivencial que cruza con las memorias de su niñez forman gran parte de su obra, elementos que se reflejan en sus textos e imágenes creando líneas creativas que relaciona con el “sentirse maleza, aquellas plantas tan raras que la gente las arranca porque dicen que son estorbos, yo me sentía parte de eso, pensarme maleza es otra forma de habitar el mundo y reflexionaba sobre estas plantas ya no como un Diego, sino como un ‘yo’ múltiple, esta combinación de identidades, de sexualidades y de penas”.

¿Cómo es el reconstruir e incorporar desde una mirada vivencial a través del arte diferentes luchas?

“Al principio fue súper difícil, recordar siempre lo es, me sentí muy vulnerable pero también sirve para darse cuenta que no estamos solas, estas mismas memorias que yo comienzo a develar las comparten muchas personas. Compañeras travestis que han sido golpeadas y chicos homosexuales que son asesinados a pesar que vivimos en esta ‘democracia’, que no lo es. Lo veo como si fuese maleza que la gente quiere arrancar, la gente que vive en la norma y también en la homonorma”.

En esta reflexión se construye su trabajo “Yo, Hibrido”, en el que habla de la fractura ejercida por la violencia y donde el jardín de su infancia se transforma en refugio de la memoria atormentada, recolectando fragmentos de la naturaleza y buscando plasmar la fuerza y fragilidad de transitar en hibridaje. Estableciendo así un habitar que no es ni masculino ni femenino y tomando de referencia al cardo, su planta favorita, ya que “cuando está fresco tú no puedes tocarlo directamente porque su cuerpo es espinoso, pero cuando se seca es una planta muy manipulable y frágil. Lo que hago en este trabajo además de incomodar,  es hablar de esta fragilidad que también tenemos nosotras como personas”.

En este sentido otro de los elementos vivenciales que recorre el arte de Diego Argote es la seropositividad, un tema que aborda en profundidad dentro de su trabajo “Yo, fulminada” que va ligado a su primera obra y que tiene como objetivo fundamental visibilizar miradas, biografías y una perspectiva crítica de la violencia por medio de imágenes médicas que están superpuestas con archivos ajenos y propios, una obra en la que “estoy hablando desde el interior del cuerpo donde esta infección que gravita en mi interior no la puedo ver a simple vista pero si puedo mostrarla de forma metafórica a partir de estos huesos que son fulminados con rayos X”.

Construir desde la colectividad

Por otra parte, la docencia para Diego representa una forma de seguir interactuando con otras memorias y relatos. Aquí su percepción respecto a la educación del arte en Chile es categórica, según Argote “falta mucho y encuentro muy necesario que en los colegios se imparta que les niñes conozcan sus propias emociones”, suele no posicionarse como “profesor” sino más bien como un acompañante del expresar de sus estudiantes y una guía en todo su proceso artístico. Una relación bastante transversal que estimula lo colectivo por sobre lo individual y que se liga con el principio de “entender la colectividad desde otra política posible de vincular emociones y biografías”.

Esa mirada la comparte junto a sus “grandes amores” en el colectivo al cual pertenece llamado 4D y que componen artistas como Zaida González, Rocío Hormazabal y Esther Margaritas, espacios necesarios “porque se adquiere un potencial político desde la disidencia para generar conexiones y diálogos, ya que sino no hay una resistencia”. Aquella que sigue construyendo día a día frente a la violencia sistemática,  pensando en seguir trabajando con “Yo, fulminada” involucrando más memorias junto con desarrollar el hilo del hibridaje que tanto le representa. Y que entre sus espacios más íntimos tiene a Diego Argote disputando la norma y estableciendo que “serán las imágenes, las memorias y las raras las que gritarán con la bandera invertida: otra venganza es posible”.