“Las artistas del bordado latinoamericano están reapropiando y compartiendo espacios que abrieron solas”
Daniela Guzmán
Entrevista
por Juana Anuarí - 2022
por Juana Anuarí - 2022
Daniela Guzmán, artista mexicana, se ve identificada por las historias de las mujeres que la antecedieron y con las que también comparte el arte del bordado en la actualidad, un espacio donde se cuestionan los roles de género históricamente impuestos, todo desde un oficio que cruza también con la fotografía, transformándose en una especie de intérprete, que le da un sentido revelador a la carga histórica de las imágenes que trabaja.
La herencia de la memoria
Al escuchar la historia de Daniela, el bordado aparece como diferentes pulsiones a lo largo de su vida, memoria que se enhebra principalmente con la historia de sus abuelas, dos mujeres con vivencias parecidas en un México que las relegó al espacio doméstico, y al bordado como una expresión catalizadora de sus vivencias.
Al enviudar muy jóvenes, tanto su abuela materna como paterna, debieron hacerse cargo de sus familias en contextos diferentes, por una parte, su abuela materna vivió en un pueblo pequeño, y debió salir a trabajar mientras los hijos mayores se hacían cargo de los más pequeños. Su abuela paterna por otro lado, pudo decidir quedarse en casa para cuidar de sus hijos.
Dos mujeres que en distintos puntos del país compartían una vía de escape, el bordado, un oficio que relevaron a su nieta, y que alumbró el camino de Daniela en circunstancias claves de su vida y reflexión política.
La primera vez que bordó, fue en la casa de su abuela materna en Nuevo León. Durante las vacaciones, se levantaban temprano a comprar hilos para sentarse a tejer cada tarde. Eso sí, era solo cosa de los inviernos y los veranos, ya que “cuando llegaba a mi casa en Cuernavaca se me olvidaba por completo lo que mi abuela me había enseñado”.
La herencia de la memoria
Al escuchar la historia de Daniela, el bordado aparece como diferentes pulsiones a lo largo de su vida, memoria que se enhebra principalmente con la historia de sus abuelas, dos mujeres con vivencias parecidas en un México que las relegó al espacio doméstico, y al bordado como una expresión catalizadora de sus vivencias.
Al enviudar muy jóvenes, tanto su abuela materna como paterna, debieron hacerse cargo de sus familias en contextos diferentes, por una parte, su abuela materna vivió en un pueblo pequeño, y debió salir a trabajar mientras los hijos mayores se hacían cargo de los más pequeños. Su abuela paterna por otro lado, pudo decidir quedarse en casa para cuidar de sus hijos.
Dos mujeres que en distintos puntos del país compartían una vía de escape, el bordado, un oficio que relevaron a su nieta, y que alumbró el camino de Daniela en circunstancias claves de su vida y reflexión política.
La primera vez que bordó, fue en la casa de su abuela materna en Nuevo León. Durante las vacaciones, se levantaban temprano a comprar hilos para sentarse a tejer cada tarde. Eso sí, era solo cosa de los inviernos y los veranos, ya que “cuando llegaba a mi casa en Cuernavaca se me olvidaba por completo lo que mi abuela me había enseñado”.
Reapropiar la historia
Pero ese interés persistió, a los 18 años Guzmán se mudó a la ciudad de Puebla para estudiar diseño textil. Contrario a lo que pensó, en la universidad nunca le fue bien en las clases de bordado, “desde el primer semestre se me dijo que no era lo mío, me iba fatal”.
En esta misma ciudad, la artista se vió enfrentada a la violencia, una que no era desconocida, pero que comenzó a acorralarla hasta el punto de sentirse totalmente vulnerable. “Empezó una ola de violencia principalmente contra las mujeres, no es que fuera cosa nueva, pero me tocó vivirla de cerca con feminicidios a estudiantes cada fin de semana”.
Frente a este escenario, su desconocida abuela paterna ya fallecida, parece brindarle una puerta de escape y encuentro con la memoria perdida. Si bien Guzmán estableció que jamás viviría en la Ciudad de México, terminada su carrera y en un momento de fuerte cuestionamiento, llegó a una casa que desde niña le provocaba pavor, habitando el espacio de “una señora que para mí era una completa desconocida, ya que no hubo casi ninguna relación”.
Y en una especie de señal, Daniela se reencuentra con rostros de hombres y mujeres de su familia, caras ajenas entre los cajones de su abuelo llenos de cámaras y fotografías, junto con hilos y material para bordar de su abuela. Aquí encuentra su respuesta, y de una manera intuitiva, la artista comenzó a bordar los archivos de los familiares que jamás conoció.
Aquellas generaciones de mujeres que, como ella, se vieron acorraladas por la violencia, y que a medida que la artista las hilaba, fueron cobrando vida y sentido en su interpretación: “Fue una manera de estar en paz conmigo misma, apropiarme del bordado que dijeron no era para mí, y que, a mi abuela y las mujeres de esa generación se le relegó a una práctica de ocio y familia”.
Pero ese interés persistió, a los 18 años Guzmán se mudó a la ciudad de Puebla para estudiar diseño textil. Contrario a lo que pensó, en la universidad nunca le fue bien en las clases de bordado, “desde el primer semestre se me dijo que no era lo mío, me iba fatal”.
En esta misma ciudad, la artista se vió enfrentada a la violencia, una que no era desconocida, pero que comenzó a acorralarla hasta el punto de sentirse totalmente vulnerable. “Empezó una ola de violencia principalmente contra las mujeres, no es que fuera cosa nueva, pero me tocó vivirla de cerca con feminicidios a estudiantes cada fin de semana”.
Frente a este escenario, su desconocida abuela paterna ya fallecida, parece brindarle una puerta de escape y encuentro con la memoria perdida. Si bien Guzmán estableció que jamás viviría en la Ciudad de México, terminada su carrera y en un momento de fuerte cuestionamiento, llegó a una casa que desde niña le provocaba pavor, habitando el espacio de “una señora que para mí era una completa desconocida, ya que no hubo casi ninguna relación”.
Y en una especie de señal, Daniela se reencuentra con rostros de hombres y mujeres de su familia, caras ajenas entre los cajones de su abuelo llenos de cámaras y fotografías, junto con hilos y material para bordar de su abuela. Aquí encuentra su respuesta, y de una manera intuitiva, la artista comenzó a bordar los archivos de los familiares que jamás conoció.
Aquellas generaciones de mujeres que, como ella, se vieron acorraladas por la violencia, y que a medida que la artista las hilaba, fueron cobrando vida y sentido en su interpretación: “Fue una manera de estar en paz conmigo misma, apropiarme del bordado que dijeron no era para mí, y que, a mi abuela y las mujeres de esa generación se le relegó a una práctica de ocio y familia”.
¿Qué significa para ti el bordado y la
utilización en la materialidad de la fotografía?
“Para mí el bordado es una manera de traer ese objeto al hoy y hacerlo parte de mi historia, la fotografía me ha permitido conectar de distintas maneras que no he encontrado en otros medios, a pesar que yo no estoy detrás del lente, me permite conectar con el fotógrafo, que en este caso yo creo que era mi abuelo”.
¿Cuáles son tus reflexiones respecto a las temáticas y problemáticas que el arte pone en tensión en la actualidad?
“En las mujeres que bordan encuentro toda esta memoria colectiva, todas esas inquietudes que veía muy personales. Este oficio siempre ha sido relegado de las artes, las artistas del bordado latinoamericano están reapropiando y compartiendo espacios que abrieron solas”.
En la actualidad, Daniela Guzmán es considerada parte de las mejores 150 jóvenes creativas mexicanas y una de las 12 mejores artistas del bordado en México. Hoy con 28 años, busca recorrer la memoria de sus abuelas y enlazar sus vivencias mediante un nuevo trabajo que desarrollará durante todo el 2022. “Es un proyecto acerca de mis abuelas, de su relación con el textil y también una exploración para saber quiénes eran como mujeres viudas en sus 30, con una familia, en un país como México, que las arrojaba a la sombra doméstica y la violencia”.
utilización en la materialidad de la fotografía?
“Para mí el bordado es una manera de traer ese objeto al hoy y hacerlo parte de mi historia, la fotografía me ha permitido conectar de distintas maneras que no he encontrado en otros medios, a pesar que yo no estoy detrás del lente, me permite conectar con el fotógrafo, que en este caso yo creo que era mi abuelo”.
¿Cuáles son tus reflexiones respecto a las temáticas y problemáticas que el arte pone en tensión en la actualidad?
“En las mujeres que bordan encuentro toda esta memoria colectiva, todas esas inquietudes que veía muy personales. Este oficio siempre ha sido relegado de las artes, las artistas del bordado latinoamericano están reapropiando y compartiendo espacios que abrieron solas”.
En la actualidad, Daniela Guzmán es considerada parte de las mejores 150 jóvenes creativas mexicanas y una de las 12 mejores artistas del bordado en México. Hoy con 28 años, busca recorrer la memoria de sus abuelas y enlazar sus vivencias mediante un nuevo trabajo que desarrollará durante todo el 2022. “Es un proyecto acerca de mis abuelas, de su relación con el textil y también una exploración para saber quiénes eran como mujeres viudas en sus 30, con una familia, en un país como México, que las arrojaba a la sombra doméstica y la violencia”.