Carla Yovane: El humano escondido
por Axel Indey - 2020
La primera cámara de Carla Yovane fue un regalo de navidad. Ese mismo verano, con su Canon colgada al cuello, emprendió la marcha por Santiago en busca de facetas inexploradas de la experiencia humana, realidades enterradas bajo el edificio agrietado de la modernidad chilena. La primera vez que se introdujo entre una de estas grietas fue la tarde en que se encontró de pronto en medio de un evento organizado en defensa de las minorías sexuales. Durante los días y noches siguientes capturó a través del lente de su cámara las identidades líquidas que estallaban en colores y gritos bajo el techo de la discoteque Fausto.
“Todo esto era desde el hobby”, dice Yovane. “Todo era desde el pasarlo bien, nunca pensando que quería ser fotógrafa”. Años después, el resultado de ese primer acercamiento al arte fotográfico conformaría la obra Persona, editada el 2014 en el taller Casa-K.
Psicóloga de profesión, la atracción de Carla Yovane hacia los matices y contrastes que dan forma a la conciencia humana fue forjando su sensibilidad a lo largo de los años. La cámara que llegó a sus manos ese 2008 fue el impulso definitivo, el movimiento que la puso en un camino sin retorno hacia la búsqueda del Otro.
En Bar Clave 424 su lente se adentra en un bar diurno para retratar el universo que se agita con reglas propias dentro de los antros de mala muerte de la ciudad puerto. Ojos profundos envueltos en piel arrugada por los años nos fuerzan a mirar de frente un mundo escondido a plena luz del día. En Arianda observamos la muerte y el renacer cotidiano de un transformista. El género se disuelve en colores y lentejuelas, la identidad se transforma en una pasta maleable por el modelo y la fotógrafa.
La humanidad de Carla Yovane pronto rebalsó su ciudad natal y se derramó por el resto del mundo. Reflejo de esto es el viaje por Asia Meridional retratado en la serie Unlock. Lo que comienza como un viaje turístico pronto se transforma en un viaje hacia el interior, dice Yovane. “Después de ese viaje volví a trabajar de psicóloga, pero supe que siempre me iba a dedicar a la fotografía”.
Es también en Unlock donde aparece por primera vez un elemento que será relevante en su obra posterior: el contraste. Las fotografías de Yovane tienden a voltear las imágenes preconcebidas que el lector tiene respecto de un tema. Los característicos colores de la India son abolidos por el blanco y negro de Unlock, los paisajes estereotípicos y estereotipados del país asiático pasan a segundo plano para resaltar aquello que realmente le interesa a Yovane: la espalda de una mujer que se refugia del calor, la mirada de unos niños que sonríen sobre la tierra yerma.
Esta obsesión por la vuelta de tuerca está particularmente presente en Tiempo de vals, su último trabajo, donde Carla Yovane se sumerge en el mundo de la prostitución masculina que rodea la Plaza de Armas de Santiago para romper con el imaginario colectivo en torno al trabajo sexual.
“Todo esto era desde el hobby”, dice Yovane. “Todo era desde el pasarlo bien, nunca pensando que quería ser fotógrafa”. Años después, el resultado de ese primer acercamiento al arte fotográfico conformaría la obra Persona, editada el 2014 en el taller Casa-K.
Psicóloga de profesión, la atracción de Carla Yovane hacia los matices y contrastes que dan forma a la conciencia humana fue forjando su sensibilidad a lo largo de los años. La cámara que llegó a sus manos ese 2008 fue el impulso definitivo, el movimiento que la puso en un camino sin retorno hacia la búsqueda del Otro.
En Bar Clave 424 su lente se adentra en un bar diurno para retratar el universo que se agita con reglas propias dentro de los antros de mala muerte de la ciudad puerto. Ojos profundos envueltos en piel arrugada por los años nos fuerzan a mirar de frente un mundo escondido a plena luz del día. En Arianda observamos la muerte y el renacer cotidiano de un transformista. El género se disuelve en colores y lentejuelas, la identidad se transforma en una pasta maleable por el modelo y la fotógrafa.
La humanidad de Carla Yovane pronto rebalsó su ciudad natal y se derramó por el resto del mundo. Reflejo de esto es el viaje por Asia Meridional retratado en la serie Unlock. Lo que comienza como un viaje turístico pronto se transforma en un viaje hacia el interior, dice Yovane. “Después de ese viaje volví a trabajar de psicóloga, pero supe que siempre me iba a dedicar a la fotografía”.
Es también en Unlock donde aparece por primera vez un elemento que será relevante en su obra posterior: el contraste. Las fotografías de Yovane tienden a voltear las imágenes preconcebidas que el lector tiene respecto de un tema. Los característicos colores de la India son abolidos por el blanco y negro de Unlock, los paisajes estereotípicos y estereotipados del país asiático pasan a segundo plano para resaltar aquello que realmente le interesa a Yovane: la espalda de una mujer que se refugia del calor, la mirada de unos niños que sonríen sobre la tierra yerma.
Esta obsesión por la vuelta de tuerca está particularmente presente en Tiempo de vals, su último trabajo, donde Carla Yovane se sumerge en el mundo de la prostitución masculina que rodea la Plaza de Armas de Santiago para romper con el imaginario colectivo en torno al trabajo sexual.
No es la primera vez que un artista busca inspiración en la clandestinidad y la marginalidad. Pero la fascinación por lo que se oculta detrás de los márgenes de la sociedad se ampara con frecuencia en el ambiente nocturno y en la paleta de grises. Los elementos que contribuyen a mistificar el mundo marginal terminan también por levantar una barrera que nos permite mantener la distancia y apreciar la diferencia como los asistentes a un circo de freaks. Nos asomamos a lo prohibido a través de la seguridad que ofrece el rol de espectador.
Carla Yovane rechaza esta distancia. La clandestinidad de Tiempo de vals no se esconde en la noche, se exhibe a plena luz del día en cuerpos bañados de luz natural. Los prostitutos, un mundo invisibilizado dentro de otro mundo invisibilizado, miran a la cámara con ojos cargados de humanidad, enseñando con orgullo sus cicatrices y sus caries. La cámara de Yovane captura vidas descascaradas como las paredes de ese motel donde circulan como clientes padres de familia, guardias de seguridad y vendedores ambulantes.
Tiempo de vals está repleta de cuerpos desnudos, sábanas sudadas y abrazos poscoitales. Y, sin embargo, el resultado bien podría clasificarse como fotografía antierótica. El acto sexual no interesa a Yovane: su búsqueda es emocional, y en ningún momento el corazón de los prostitutos y sus clientes se encuentra tan abierto como en los minutos posteriores al coito, cuando el hechizo animal se ha evaporado y la humanidad vuelve a apoderarse de los cuerpos gastados.
“Si yo quiero ver un follón lo busco en internet”, dice Yovane. “Yo prefiero meterme dentro de sus cabezas, me interesa el lado emocional de estas personas. En este proyecto me encontré con una intimidad y con un lado mucho más tierno de lo que esperaba”.
Tiempo de vals ganó el tercer lugar de la categoría de serie fotográfica en el concurso de Fotógrafas Latinoamericanas, en la que más de 400 personas de la región enviaron sus trabajos. Hoy Carla Yovane trabaja en un fotolibro en el que amplía la muestra que actualmente es pública, y su serie ya se ha exhibido en festivales de Francia, Colombia y España.
Carla Yovane rechaza esta distancia. La clandestinidad de Tiempo de vals no se esconde en la noche, se exhibe a plena luz del día en cuerpos bañados de luz natural. Los prostitutos, un mundo invisibilizado dentro de otro mundo invisibilizado, miran a la cámara con ojos cargados de humanidad, enseñando con orgullo sus cicatrices y sus caries. La cámara de Yovane captura vidas descascaradas como las paredes de ese motel donde circulan como clientes padres de familia, guardias de seguridad y vendedores ambulantes.
Tiempo de vals está repleta de cuerpos desnudos, sábanas sudadas y abrazos poscoitales. Y, sin embargo, el resultado bien podría clasificarse como fotografía antierótica. El acto sexual no interesa a Yovane: su búsqueda es emocional, y en ningún momento el corazón de los prostitutos y sus clientes se encuentra tan abierto como en los minutos posteriores al coito, cuando el hechizo animal se ha evaporado y la humanidad vuelve a apoderarse de los cuerpos gastados.
“Si yo quiero ver un follón lo busco en internet”, dice Yovane. “Yo prefiero meterme dentro de sus cabezas, me interesa el lado emocional de estas personas. En este proyecto me encontré con una intimidad y con un lado mucho más tierno de lo que esperaba”.
Tiempo de vals ganó el tercer lugar de la categoría de serie fotográfica en el concurso de Fotógrafas Latinoamericanas, en la que más de 400 personas de la región enviaron sus trabajos. Hoy Carla Yovane trabaja en un fotolibro en el que amplía la muestra que actualmente es pública, y su serie ya se ha exhibido en festivales de Francia, Colombia y España.